Hoy lo ví.
Sentado, solo, en una mesita de una cafetería de la plaza a donde fuimos a hacer los pagos. Estaba de espaldas, leyendo un libro y tomándose un café. Su ropa en los tonos neutros de siempre, su cuerpo ancho de los últimos tiempos, la forma de su cabeza, su peinado característico lleno de gris y blanco.
No pude dejar de mirarlo. —Sí, es él!— pensé sorprendida. Sentí el impulso de hablarle pero seguimos caminando hacia el banco, donde pasamos uno de esos momentos incómodos en los que las diferencias se remarcan y yo sólo deseo salir huyendo, pero no tenía otra opción más que hacer la inmensa fila, sabiendo que estábamos en el caldo de cultivo para una crisis.
Y sucedió.
-SHHHHHHHHH!!!!!!!- Nos calló muy molesto un señor.
-Es un niño con autismo, señor, qué intolerante!!!- Le respondí yo, muy molesta también.
-SHHHHHHHHH!!!!!!!- Nos calló muy molesto un señor.
-Es un niño con autismo, señor, qué intolerante!!!- Le respondí yo, muy molesta también.
Alguien benevolente nos ayudó a pagar para acortar el tiempo de espera y salimos del banco. Octavio agripado, cansado, acalorado, hambriento, llorando. Yo, con el nudo en la garganta, apenada y alterada por la presión (e incomprensión) social....
Y lo ví de nuevo. Seguía, ahí sentado con su café y su libro....
—Dante! hola Dante— Quise correr a decirle y abrazarlo...
—Mi chula, cómo estás?— Quise escucharle, con su armoniosa voz y su cara sorprendida por encontrarnos.
—Triste, Dante, me choca que me pasen estas cosas— Le respondería
—Ay, viejito— Le diría él a Octavio, mirándolo amorosamente.
—Mi chula, cómo estás?— Quise escucharle, con su armoniosa voz y su cara sorprendida por encontrarnos.
—Triste, Dante, me choca que me pasen estas cosas— Le respondería
—Ay, viejito— Le diría él a Octavio, mirándolo amorosamente.
Pero no me atreví a hablarle, no quise desilusionarme al comprobar que no era él, no quise ver la cara de un señor que no era la de mi papá. Así que seguimos caminando y nos fuimos de ahí, con una gran añoranza a cuestas....