lunes, 7 de enero de 2019

Mi Roma


Vi Roma dos veces. Unos días previos a su estreno en Netflix la vi en el cine, solamente podría haberla visto en el cine. Sigo digiriendo la experiencia visual y auditiva de la pantalla grande y no tengo intención de volver a verla en la tele, la computadora y mucho menos en el celular.
La primera vez la vi con Israel. En un horario sui generis para nosotros, era lunes, en la matiné y con nuestro hijo en la escuela, lo que le daba un plus al disfrute de la experiencia. Un día lluvioso y frío, como en blanco y negro, pero gozoso y libre de ataduras laborales. Mi apreciación se fue mucho hacia la técnica, la impecable fotografía, las composiciones y encuadres, la magnífica dirección de arte, la magia del cine para retratar la estética de los años 70 con cada detalle, los objetos, los juguetes, los muebles, los carteles, las vestimentas, la música.

Una semana me la pasé hablando de la película en nuestras caminatas matutinas por el Cerro. Leí la entrevista a Cuarón en Letras Libres, entendí su proceso creativo para hacerla. Comprendí que Roma es una pieza artística de autor, que hurgó en su pasado y nos convidó de él, presentándonos un retrato de familia en una época tan cercana para mí y con tantas coincidencias.
La volví a ver con mi mamá unos días después. Sabía que verla con ella, me iba a llevar, esta vez, a disfrutarla aún más del lado emotivo. Esta vez ambas salimos del cine con la garganta hecha nudos, con la voz entre cortada y el corazón desencajado. Porque Cuarón nos abrió la puerta hacia un viaje directo al pasado.

A estas alturas, todo mundo ha hablado ya de sus Roma y sus Cleo. Ahora eso es un lugar común. Debí haber terminado este texto antes de que me contaminara la experiencia con las cosas publicadas en redes sociales, memes y comentarios, detractores o amantes de la película.

El hecho es que a mí, como a tanta gente, Roma me detonó muchos recuerdos de mi infancia. Mi madre, trabajadora, divorciada y con tres hijos, enfermera y maestra universitaria, siempre contó con otras mujeres que le ayudaban a llevar la casa: tener limpio y ordenado, hacer la comida… Y, como si eso fuera poco, apoyarla en la crianza.

Así tuvimos a Berna, a quien yo no conocí trabajando en nuestro hogar, porque fue una muchacha de Tempoal que mi abuela materna le recomendó a mis papás para apoyar a mi mamá en Xalapa, aún casada y con su primer hijo de meses, Orlik, mi hermano mayor. Yo aún no nacía. Muchos años después fuimos a visitarla y nos recibió su marido alcoholizado hasta caer al piso, disculpándose por haberse echado solamente un copetín. Ella sin embargo, nos recibió generosa y cariñosamente. El copetín se nos volvió referencia burlona de niños.

No sé cómo fue que llegó Marti, pero fue quien me cuidó a mí de meses y en mis primeros años, hay varias fotos en los álbumes maternos donde se ve que era integrante importante de la organización familiar. A quien sí recuerdo es a Sara, con quien iba a comprar el mandado al Mercado de la Rotonda mientras sonaba en la radio algún éxito de Rigo Tovar. Después, cambiamos de casa y Sara tuvo un hijito, Ricardo, con el que jugábamos hasta que tuvieron que irse. Desconozco los motivos, pero sé por mi mamá, que mi hermano Karel le lloró mucho rogándole lastimosamente que no se fuera.

Carmela nos cuidó en mis años preescolares. No sé si siempre fue estricta. Hoy pienso que ella vivía sus propios dramas a los que debía añadirle la enorme responsabilidad de acompañar, procurar, alimentar y cuidar como propios, a tres niños que no eran suyos. Puedo justificarla hoy, poniéndome en sus zapatos, pero me intentaba peinar restirándome o jalándome el cabello que era largo, de forma brusca y con enojo. Como yo lloraba, mejor optó por dejar de peinarme y llevarme despeinada al kínder. Yo veía a las niñas de mi escuela muy lindas, con sus vestidos y coletas con un arreglo esmerado. Y me veía a mí misma toda desaliñada. Insisto, Carmela hacía lo que podía, no lo mejor. Esa responsabilidad no le correspondía, sin embargo creo que todos le tuvimos cariño y seguramente mi mamá le estuvo muy agradecida, como a todas las mujeres que le ayudaron con sus hijos, por poder tener en quien confiar mientras ella salía a cumplir con su horario laboral como enfermera en el hospital o como maestra de la facultad de enfermería.

Isidora llegó cuando yo tendría unos 6 o 7 años y estuvo con nosotros muchos años. A ella le tengo un gran cariño porque para mí cubrió varios papeles, desde una mamá sustituta, amiga, confidente, compañera, hermana mayor. Me hacía muñecas de tela, las que más amé, junto con sus vestiditos en la máquina de coser de mi mamá. Isidora es un ejemplo de perseverancia. De origen indígena, de Ixhuatlán de Madero, en la Huasteca Veracruzana, mientras estuvo en nuestra casa cumpliendo los roles que mi mamá le delegaba, estudió la primaria, la secundaria, la preparatoria, la carrera técnica de Secretaria, la carrera universitaria de Antropología social y creo que después, la Normal Superior. Se fue a hacer su vida con su propia familia y a trabajar en las comunidades como maestra. A Isidora la seguimos viendo por lo menos una vez al año y para mí sigue siendo una mujer admirable a quien le tengo inmenso cariño.

Ya en mis años universitarios, estuvo en casa Doña Hilaria, otra buena mujer, muy activa y con mucha iniciativa, que siempre me apapachó dándome de comer lo que a mí me parecía la comida más sabrosa del mundo. Mi mamá seguía trabajando y Doña Hilaria mantenía el equilibrio y orden de la casa.

Nuestra madre se jubiló cuando yo ya recién terminaba la Universidad y empezaba a trabajar. Luego, yo hice mi vida en pareja y posteriormente tuvimos a nuestro hijo. Creo que mi mamá fue afortunada por poder apoyarse con todas estas mujeres para poder conservar su empleo con el que obtuvo los recursos económicos para sacarnos adelante, además de los aportados por Dante. Tuvo mucha buena estrella para encontrar a estas mujeres que fueron personas buenas con nosotros, que sin ellas, nuestras vidas hubieran sido un poco más complicadas.

Yo me pongo en su lugar, en el de mi mamá y en el de Berna, Marti, Sara, Carmela, Isidora y Doña Hilaria y creo que, teniendo un solo hijo y una casa microscópica, yo no puedo abarcar todo, así que crece aún más mi comprensión y admiración por ellas. Intentar ser madre, ama de casa, compañera, chofer y profesionista al mismo tiempo es de lo más complicado y agotador. Seguramente no era cosa fácil dejarle sus hijos a otras mujeres y seguramente no era fácil criar a los hijos de otra madre. Pero las mujeres, todas estas mujeres mías, fueron nuestros muy importantes pilares y por lo menos a mí, me han dejado todas estas vivencias. Todas estas vivencias que Cuarón, con su gran obra autobiográfica, Roma, me ha llevado a desempolvar. 

Entonces, el arte aquí, para mí, cumplió su función.

Anoche ganó Roma el Globo de Oro, lo que me hace sentir feliz y agradecida…