Vi Roma dos veces. Unos días previos a su
estreno en Netflix la vi en el cine, solamente podría haberla visto en
el cine. Sigo digiriendo la experiencia visual y auditiva de la pantalla grande
y no tengo intención de volver a verla en la tele, la computadora y mucho menos
en el celular.
La primera vez la vi con Israel. En un horario sui generis para nosotros, era lunes, en
la matiné y con nuestro hijo en la escuela, lo que le daba un plus al disfrute
de la experiencia. Un día lluvioso y frío, como en blanco y negro, pero gozoso
y libre de ataduras laborales. Mi apreciación se fue mucho hacia la técnica, la
impecable fotografía, las composiciones y encuadres, la magnífica dirección de
arte, la magia del cine para retratar la estética de los años 70 con cada
detalle, los objetos, los juguetes, los muebles, los carteles, las vestimentas,
la música.
Una semana me la pasé hablando de la película en nuestras
caminatas matutinas por el Cerro. Leí la entrevista a Cuarón en Letras Libres,
entendí su proceso creativo para hacerla. Comprendí que Roma es una pieza artística de autor, que hurgó en su pasado y nos
convidó de él, presentándonos un retrato de familia en una época tan cercana
para mí y con tantas coincidencias.
La volví a ver con mi mamá unos días después. Sabía que
verla con ella, me iba a llevar, esta vez, a disfrutarla aún más del lado
emotivo. Esta vez ambas salimos del cine con la garganta hecha nudos, con la
voz entre cortada y el corazón desencajado. Porque Cuarón nos abrió la puerta
hacia un viaje directo al pasado.
A estas alturas, todo mundo ha hablado ya de sus Roma y sus Cleo. Ahora eso es un lugar común. Debí haber terminado este
texto antes de que me contaminara la experiencia con las cosas publicadas en
redes sociales, memes y comentarios, detractores o amantes de la película.
El hecho es que a mí, como a tanta gente, Roma me detonó muchos recuerdos de mi
infancia. Mi madre, trabajadora, divorciada y con tres hijos, enfermera y
maestra universitaria, siempre contó con otras mujeres que le ayudaban a llevar
la casa: tener limpio y ordenado, hacer la comida… Y, como si eso fuera poco,
apoyarla en la crianza.
Así tuvimos a Berna, a quien yo no conocí trabajando en
nuestro hogar, porque fue una muchacha de Tempoal que mi abuela materna le
recomendó a mis papás para apoyar a mi mamá en Xalapa, aún casada y con su primer
hijo de meses, Orlik, mi hermano mayor. Yo aún no nacía. Muchos años después
fuimos a visitarla y nos recibió su marido alcoholizado hasta caer al piso,
disculpándose por haberse echado solamente un
copetín. Ella sin embargo, nos recibió generosa y cariñosamente. El copetín se nos volvió referencia burlona
de niños.
No sé cómo fue que llegó Marti, pero fue quien me cuidó a mí
de meses y en mis primeros años, hay varias fotos en los álbumes maternos donde
se ve que era integrante importante de la organización familiar. A quien sí
recuerdo es a Sara, con quien iba a comprar el mandado al Mercado de la Rotonda
mientras sonaba en la radio algún éxito de Rigo Tovar. Después, cambiamos de
casa y Sara tuvo un hijito, Ricardo, con el que jugábamos hasta que tuvieron
que irse. Desconozco los motivos, pero sé por mi mamá, que mi hermano Karel le lloró
mucho rogándole lastimosamente que no se fuera.
Carmela nos cuidó en mis años preescolares. No sé si siempre
fue estricta. Hoy pienso que ella vivía sus propios dramas a los que debía
añadirle la enorme responsabilidad de acompañar, procurar, alimentar y cuidar
como propios, a tres niños que no eran suyos. Puedo justificarla hoy, poniéndome
en sus zapatos, pero me intentaba peinar restirándome o jalándome el cabello
que era largo, de forma brusca y con enojo. Como yo lloraba, mejor optó por
dejar de peinarme y llevarme despeinada al kínder. Yo veía a las niñas de mi
escuela muy lindas, con sus vestidos y coletas con un arreglo esmerado. Y me
veía a mí misma toda desaliñada. Insisto, Carmela hacía lo que podía, no lo
mejor. Esa responsabilidad no le correspondía, sin embargo creo que todos le
tuvimos cariño y seguramente mi mamá le estuvo muy agradecida, como a todas las
mujeres que le ayudaron con sus hijos, por poder tener en quien confiar mientras
ella salía a cumplir con su horario laboral como enfermera en el hospital o
como maestra de la facultad de enfermería.
Isidora llegó cuando yo tendría unos 6 o 7 años y estuvo con
nosotros muchos años. A ella le tengo un gran cariño porque para mí cubrió
varios papeles, desde una mamá sustituta, amiga, confidente, compañera, hermana
mayor. Me hacía muñecas de tela, las que más amé, junto con sus vestiditos en
la máquina de coser de mi mamá. Isidora es un ejemplo de perseverancia. De
origen indígena, de Ixhuatlán de Madero, en la Huasteca Veracruzana, mientras
estuvo en nuestra casa cumpliendo los roles que mi mamá le delegaba, estudió la
primaria, la secundaria, la preparatoria, la carrera técnica de Secretaria, la
carrera universitaria de Antropología social y creo que después, la Normal
Superior. Se fue a hacer su vida con su propia familia y a trabajar en las
comunidades como maestra. A Isidora la seguimos viendo por lo menos una vez al
año y para mí sigue siendo una mujer admirable a quien le tengo inmenso cariño.
Ya en mis años universitarios, estuvo en casa Doña Hilaria,
otra buena mujer, muy activa y con mucha iniciativa, que siempre me apapachó
dándome de comer lo que a mí me parecía la comida más sabrosa del mundo. Mi
mamá seguía trabajando y Doña Hilaria mantenía el equilibrio y orden de la
casa.
Nuestra madre se jubiló cuando yo ya recién terminaba la
Universidad y empezaba a trabajar. Luego, yo hice mi vida en pareja y
posteriormente tuvimos a nuestro hijo. Creo que mi mamá fue afortunada por
poder apoyarse con todas estas mujeres para poder conservar su empleo con el
que obtuvo los recursos económicos para sacarnos adelante, además de los
aportados por Dante. Tuvo mucha buena estrella para encontrar a estas mujeres que
fueron personas buenas con nosotros, que sin ellas, nuestras vidas hubieran
sido un poco más complicadas.
Yo me pongo en su lugar, en el de mi mamá y en el de Berna,
Marti, Sara, Carmela, Isidora y Doña Hilaria y creo que, teniendo un solo hijo
y una casa microscópica, yo no puedo abarcar todo, así que crece aún más mi comprensión
y admiración por ellas. Intentar ser madre, ama de casa, compañera, chofer y profesionista
al mismo tiempo es de lo más complicado y agotador. Seguramente no era cosa
fácil dejarle sus hijos a otras mujeres y seguramente no era fácil criar a los
hijos de otra madre. Pero las mujeres, todas estas mujeres mías, fueron nuestros muy importantes pilares y por lo menos a mí, me han dejado todas estas vivencias. Todas
estas vivencias que Cuarón, con su gran obra autobiográfica, Roma, me ha llevado a desempolvar.
Entonces,
el arte aquí, para mí, cumplió su función.
Anoche ganó Roma
el Globo de Oro, lo que me hace sentir feliz y agradecida…