Con los ojos hinchados por llorar, con la culpa encima por perder los estribos, con toda la presión y nervios por lo que viene los próximos 10 días. Siempre hay una primera vez, y por primera vez, regañé, y feo, a Octavio. Me sientro triste porque él no hace más que darnos a entender sus molestias de la única manera que conoce. Llora, grita, odia profundamente cada cambio de pañal. Me desesperé. Nada me justifica. No se vale porque Octavio desesperado, cansado, aburrido porque sus papás no han podido estar con él al 100% sólo demuestra así, que requiere atención.
Israel recuerda una niñez marcada por gritos, jalones, regaños y posteriores peticiones de perdón de su mamá deseperada, obsesionada con el orden y la limpieza. Me cuenta, que él y sus hermanos llegaron a creer que su mamá era una bruja. No quiero que Octavio me recuerde un día como una bruja mala y gritona.
Tengo claro que el respeto en cualquier relación es primordial, más en la relación de padres e hijos.
Paciencia.
Lloro, respiro, me tranquilizo. Pido perdón a mi niño y a mi compañero, mis dos pilares. Por ellos y por mí, por la armonía de nuestro nido, vuelvo a respirar profundo. Las presiones y el estres vienen y van, pero lo que vale la pena es vivir tranquilos, sanos y felices. Abarcando hasta donde es posible, y lo que no se puede, dejarlo pasar...
Quiero ser una buena mamá... me esfuerzo por serlo... espero lograrlo y que mi hijo crea en mí y se sepa siempre bien amado...