lunes, 27 de marzo de 2017

Cuando las piedras se interpusieron en mi camino

-Todo va a salir bien mamá- Me dijo él con su vocecita tan dulce.

Lo afirmó tan convencido que yo misma me convencí de que así sería.

-Sí, mi corazón, yo se que sí, todo va a salir bien, voy a que el doctor me cure y después regreso y ya estaremos juntos.- 

En realidad, yo tenía mucho miedo, de sentir dolor, de quedar mal, de no despertar... Pero sus palabras fueron el bálsamo de la calma y esperé la hora de pasar al quirófano tranquila y sin pensar, más que en el fin del suplicio y en la libertad de estar sana.

Desde finales de enero he pasado una larga travesía con mi salud. Un dolor espantoso en la espalda se me desencadenó (o coincidió) a partir de dos tremendos golpes en medio de una crisis de Octavio. Como siempre lo achaqué a una gastritis nerviosa pero finalmente fue una vesícula llena de cálculos que requería cirugía.

Después de un largo peregrinar en la institución de salud de la que somos derechohabientes, donde la burocracía y la insensibilidad ante los pacientes que no llegan desangrados, baleados o en paro cardiaco, sólo me mitigaban momentáneamente el dolor pero alargaban el momento de ser atendida para verdaderamente resolver el problema. El IMSS me daba cita con el cirujano hasta 15 días después, tiempo que por supuesto no iba a poder aguantar con tanto dolor. Con el apoyo económico de mi familia, finalmente me operaron en forma particular el 7 de febrero. Fue una cirugía complicada que duró 4 horas. Pero pensaba que ya sería lo último que padecería, porque ya no tendría vesícula ni dolor.

Pasé un mes en recuperación y con una sonda que drenaría cualquier cálculo residual que hubiera quedado. El 7 de marzo me sometí a un estudio donde se vería si ya estaba todo bien y si podían retirarme por fin la sonda. Pero salió que había quedado un cálculo obstruyendo las vías biliares. Me enfermé por consecuencia de ese estudio, así que tuve que esperar a recupararme para poder programar otra intervención para retirar el cálculo que se quedó, además de la sonda.

El 22 de marzo finalmente se pudo hacer la CPRE (colangiopancreatografía retrógrada endoscópica). Todo salió bien, porque cabía la posibilidad de que no se pudiera sacar el cálculo y tener que irme a cirugía de nuevo. Pero, por fortuna no fue así. La anestesióloga me preguntó si estaba nerviosa y le contesté que un poquito. La verdad estaba muy tranquila, seguían haciéndome efecto las palabras de Octavio cuando me despedí de él. Pero como me explicaron, durante el procedimiento yo sólo me dormí sin darme cuenta y cuando me despertaron ya había pasado todo. Y todo estaba bien.

Fui muy feliz, al sentirme viva, sana, con ganas de correr a ver a mi pequeño, de devolverle a su mamá, de abrazarnos con esa fuerza apache que tiene. Al día siguiente nos regalamos la dosis de mamá e hijo que teníamos pendiente: no quería soltarme, dormimos juntos, cantamos, leímos, nos abrazamos sin miedo a lastimarme.

Ahora estoy retomando todo lo que dejé de lado, lo que no podía hacer y sobre todo, retomando mi compromiso de estar bien, para ayudarle a Octavio. Necesito una larga vida en salud para poder encaminarlo y soltarlo cuando tenga armas para salir adelante por sí mismo.

Gracias a mi familia por todo su apoyo. Gracias a mi mamá  y a mi suegra, los dos pilares de mi vida en estos meses tan duros. Gracias a mi compañero, por su respaldo económico y emocional para poder sanarme. Y gracias a mi hijito, quien afrontó con fortaleza este quebranto en su vida.




sábado, 4 de marzo de 2017

Rafa y Daniel

Qué importante es pedir ayuda. Qué importante es saber recibirla. Esta mañana despertamos solos, Octavio y yo, después de un intenso mes en el que si no hubiera sido por ellos, con todo su apoyo y cariño, no hubieramos podido salir adelante. La casa y el taller se quedaron en silencio, sin su compañía y soporte.

La dinámica de nuestra casa se nos vio alterada porque cuando la salud falla todo se complica. Mi falta de movilidad y libertad, consecuencia de mi recuperación, me obligó a permanecer en casa y dejarme ayudar, soltar el control, confiar y pasar la estafeta a las amorosas abuelas para resolver las necesidades de mi pequeño: llevarlo a la escuela, recogerlo, darle de comer, apoyarlo en su higiene personal y sobre todo, apoyarlo emocionalmente en este trance... todo lo que yo no puedo hacer por el momento.

Y mi compañero, cansadísimo, estresado; rebasado físicamente por su entrega completa a su trabajo; el profundo compromiso con el libro en turno; la delicadeza y extrema finura con la que nacen las ilustraciones a través de sus pinceles, que le llevan a dedicarle horas y horas, restándole tiempo al sueño y el descanso; las fechas límite en las que no importa que el mundo se caiga alrededor..., lo han puesto al borde del colapso.

Sin el apoyo de su noble amigo, discípulo aventajado, el final se vería todavía más lejano.

Así que hoy, que despertamos solos, porque abuelita Rafa y Daniel (Tigre) volvieron a sus casas e Israel tuvo que parar para ir a presentar su libro en Ciudad de México, nos sentimos sumamente agradecidos porque hayan podido venir a apoyarnos en los tiempos difíciles, en los que solo nosotros, simplemente, no hubiéramos podido.

Y agradecidos, también, por dejarnos encaminados hacia nuestro regreso a la rutina diaria, con más salud y estabilidad.