-Alguien sube por la colina -observó mamá Loba enderezando una oreja. Prepárate.
Crujieron levemente las hierbas en la espesura; papá Lobo se agachó, pronto a dar el salto, con los cuartos traseros junto a la tierra. De haber estado allí en acecho, hubieran podido ver ustedes la cosa más maravillosa del mundo: en el preciso momento de estar saltando, se detuvo el lobo. Brincó antes de haber visto contra qué se lanzaba, y, repentinamente, trató de detenerse. El resultado fue que salió disparado hacia arriba, verticalmente, hasta un metro o metro y medio de altura, y luego cayó de nuevo en el mismo lugar...
-¡Un hombre! -exclamó disgustado. Un cachorro humano. ¡Mira!
Frente a él, apoyado en una rama baja, se erguía, enteramente desnudo, un niño moreno que apenas sabía andar: una cosa, la más simpática y pequeña, la más fina y gordinflona que jamás se había presentado de noche ante la caverna de un lobo. Miró a éste cara a cara y se rió.
-¡Un hombre! -exclamó disgustado. Un cachorro humano. ¡Mira!
Frente a él, apoyado en una rama baja, se erguía, enteramente desnudo, un niño moreno que apenas sabía andar: una cosa, la más simpática y pequeña, la más fina y gordinflona que jamás se había presentado de noche ante la caverna de un lobo. Miró a éste cara a cara y se rió.
-¿Es eso un cachorro de hombre? -dijo mamá Loba-. Nunca vi ninguno. Tráelo.
Un lobo, si es preciso, puede llevar un huevo en el hocico sin romperlo, pues está acostumbrado a mover de un lado al otro a sus propios pequeñuelos; de esta manera, aunque se juntaron las quijadas de papá Lobo sobre la espalda del niño, ni un solo diente le arañó la piel, la que apareció intacta al colocarlo aquel entre los lobatos.
-¡Qué pequeño! ¡Qué desnudo! Y... ¡qué atrevido! -dijo dulcemente mamá Loba. El niño se abría paso entre los cachorros para arrimarse al calor de la piel-. ¡Vaya! Ahora come con los demás. De manera que éste es un cachorro de hombre, ¿eh? ¡A ver si hubo nunca un lobo que pudiera jactarse de contar con uno que estuviera entre sus hijos!...
De El libro de la Selva
Rudyard Kipling
Un lobo, si es preciso, puede llevar un huevo en el hocico sin romperlo, pues está acostumbrado a mover de un lado al otro a sus propios pequeñuelos; de esta manera, aunque se juntaron las quijadas de papá Lobo sobre la espalda del niño, ni un solo diente le arañó la piel, la que apareció intacta al colocarlo aquel entre los lobatos.
-¡Qué pequeño! ¡Qué desnudo! Y... ¡qué atrevido! -dijo dulcemente mamá Loba. El niño se abría paso entre los cachorros para arrimarse al calor de la piel-. ¡Vaya! Ahora come con los demás. De manera que éste es un cachorro de hombre, ¿eh? ¡A ver si hubo nunca un lobo que pudiera jactarse de contar con uno que estuviera entre sus hijos!...
De El libro de la Selva
Rudyard Kipling
Hace unas semanas nos dieron, en pago por los servicios de semental del Chipo a un cachorrito. Un hermoso y simpatiquísmo bebé pug de dos meses. Fuimos a recogerlo, ya era el último perrito macho que quedaba y nos lo llevamos, pues ese era el trato. Le fuimos a comprar comida y planeamos llegar a bañarlo y en buscar una camita confortable para que se durmiera. Yo me lo llevaría a mi casa, con el afán de convencer al maestro Barrón de que se nos quedase para que fuera el compañerito de crianza de nuestro propio cachorro. Así que después de que llegué a la casa de mi mamá con él y después de presentarlo con el Chipo y Camilo, nos dispusimos a prepararle el baño. Yo lo tenía en las piernas y junto a su papá y hermano mayor, estábamos sentados los 4, mejor dicho los 5, en el sillón de la sala, cuando sonó el teléfono...
Era el "ex dueño", que lo quería de regreso. Dijo que hubo un error, que ya lo tenía comprometido, que nos lo cambiaba por otro, pero que se lo devolviéramos... Después de un intercambio comercial devolvimos al perrito, pero me dejó muy triste porque de volada yo ya me había encariñado con él, y aunque en realidad, hubiera sido muy dificil convencer a Israel de quedárnoslo, porque no tenemos espacio en casa y por todos los gastos que implican tener una mascota, al final, de todos modos lo hubiéramos tenido que vender y talvés, esa despedida hubiera sido aún más dolorosa...
Me fui de la casa de mi mamá con el corazón partido, aguantándome las ganas de chillar. Chillé hasta que ví a Israel y le conté lo que pasó. Es que es imposible no enamorarse de estos cachorros de lobo, modificados y domesticados, que son compañeros incondicionales de nuestras vidas. Cada vez que veo al Chipo me derrite su cara y su mirada inteligente. Y cuando lo invito a acostarse en mi cama, parece saber que algo está pasando en mi interior, porque es delicado y cuida no aplastarme mi panza. Leí por ahí que los perros saben, intuyen cuando las mujeres tienen a sus propias crias en la panza. No sé si sea cierto, pero de que existe una gran relación entre nosotros y ellos es real.
Me acuerdo mucho de cómo se sentía la panza de la Pupet, cuando estaba embarazada. Se veía cómo se movían todos sus perritos desde adentro, empujándose, tratando de ganar su espacio vital en su panza estirada, negra y brillosa. Yo ahora ya siento toda la actividad de nuestro bebé moviéndose y respondiendo a los estímulos del exterior. Ayer por la mañana dió un tremendo empujón, que se vió cómo mi panza brincó bien alto. Nos quedamos sorprendidos.
Es una maravilla esta... la de ser la primera casa de un cachorro de hombre...
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