Quise tener una tribu. Las mamás contemporáneas, con quienes
me sentía a gusto por compartir las mismas ideas respecto a la crianza. Las
lindas amigas con hermosos niños de la edad del mío, con quienes me sentía
parte de un grupo de mamis felices, conscientes, luchonas, creativas,
talentosas: las mamás de los hermanitos de Octavio. Pero me perdí, en el cruce
de caminos que se convirtió mi vida, me perdí. El camino que se reveló ante mí
cruelmente acentuó las diferencias, porque mi realidad es otra, que quizá éllas
nunca alcanzarán a comprender. Seguramente les aburrí con mis dramas y
dificultades. Y sus caminos siguen y van por la vida disfrutando de sus
pequeños que crecen, reflexionan, aprenden, maduran, descubren al mundo con
asombro e ingenio, como es lo esperado. Para mí, ese camino me fue vedado. O,
por lo menos, es diferente. Y siento, entonces, que ahí ya no encajo.
Quise tener otra tribu. Ésta, la de las mamás que tienen,
como yo, hijos con una forma de desarrollo diferente. Nadie mejor que nosotras,
las mamás de nuestros niños con autismo para entendernos, apoyarnos,
comprendernos, ayudarnos. Las que han recorrido el camino antes que yo, las que
van junto a mí y las que aún no quieren darse cuenta de que algo pasa. Pero
todas andamos, parece, en luchas individuales, con la difícil tarea de ver por
nuestros niños, buscando lo mejor para ellos, pero solas, sin muchas ganas de
hacer un esfuerzo en colectivo para lograr beneficios para todos ellos, que
ahora son niños pero que crecerán por lo que necesitamos trabajar para que sean
personas de bien, integradas en la sociedad. Creo que el estado emocional, el
shock de sabernos madres especiales, lo que no estaba en nuestros planes de
vida, es lo que no nos permite pensar en colectivo.
Y entonces me siento sola, sin tribu de amigas. Estos meses
ha sido mi familia la que me ha respaldado, es quizá la verdadera red que me
sustenta…
Así me siento.
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