jueves, 5 de noviembre de 2015

Seis

A menudo los hijos se nos parecen
así nos dan la primera satisfacción
esos que se menean con nuestros gestos
y echando a mano a cuanto hay a su alrededor
J. M. Serrat



I

Antes de ser mamá, pensaba que todos los bebés nacían iguales: feos, hinchados, mojados, aplastados y de color extraño. Siempre que escuchaba a alguien decir que un recién nacido era igualito a su mamá, que tenía la nariz del papá, la boca de la abuela, las cejas del abuelo, etc…, me parecía una exageración cursi, porque yo nunca lograba identificar los rasgos de los familiares en la cara de los bebés. Hasta que nació Octavio.

En ese momento en que por primera vez lo pude ver, me maravillé del poder de la herencia y la genética. Días después, ya en casa, cuando lograba cerrar los ojos para dormir, la imagen de la carita de Octavio se me quedaba grabada, y como si empatara dos acetatos, seguía encontrando en sus rasgos una copia fiel de Israel.

Es igualito a su papá,
nos decía todo el mundo…

Sí. Lo es…

II

Supongo que los humanos tenemos hijos por un impulso de la naturaleza que nos incita a perpetuar nuestra especie. Pero también, los humanos tenemos hijos para alimentar nuestro ego. Cuando tenemos hijos ya les hemos colgado todas las virtudes del mundo, hablarán 7 idiomas, serán grandes científicos, inventores o artistas. Serán exitosos en sus carreras y no tendrán penurias económicas. Vivirán en el extranjero. Se casarán y seguirán perpetuando la especie.

En las pláticas de sobremesa familiares, mucho tiempo antes de convertirnos en padres, alguien nos dijo contundentemente: “Mis hijos son mi proyecto”. Como yo no tenía hijos no pude dimensionar lo equivocado de esa frase. Hasta que nació Octavio.

III

Mi embarazo lo viví sin una conciencia real de lo que le estaba pasando a mi cuerpo en pos de la creación de una nueva vida.  Seguí todo el tiempo bajo el mismo ritmo de trabajo, relegando el tiempo para estar tranquila disfrutando de un estado que nunca más volvería a repetirse. Ilusamente pensaba que yo tenía el control de todo. Mis planes eran que nacería mi hijo por parto, que lo sabría amamantar, que el instinto materno fluiría sabiamente, que siempre sabría qué hacer si lloraba y cómo calmarlo. Creía que mi hijo dormiría todas las noches de corrido y que yo podría combinar perfectamente mi rol de madre y de profesionista. Creía que nuestra vida seguiría normal, tranquila y con inmensa felicidad porque nuestro hijo llegaría para coronarla, cual cereza de pastel. Que a la sociedad lo presentaríamos orgullosamente como el hermoso trofeo de nuestros genes reencarnados. Que crecería y que nos pavonearíamos con sus genialidades. Así, una larga construcción mental en la que no cabría, ni por error, una realidad diferente.

IV

Hasta que nació Octavio, con su montón de enseñanzas bajo el brazo, a ayudarme a poner los pies sobre la tierra. Y si algo he aprendido de vivir una realidad distinta a la idealizada, es a lidiar con mi ego herido, mi dolor, enojo y frustración a través de una gran lección de humildad, teniendo que dejar la soberbia a un lado… "La vida es lo que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes" dijo Lennon sabiamente.

Comprendí mi incapacidad, mi estrechez de mente, la ceguera ante lo diferente con la que había vivido hasta entonces. Octavio vino a abrirme los ojos a un mundo imperfecto pero más rico, más lleno de matices y de cruces de caminos. Gracias a él es que he conocido el verdadero sentimiento de solidaridad, de comprensión, de respeto, de tolerancia. Octavio llegó a enseñarme que la felicidad no está en proyectar mis deseos en él, sino en el valor de cada pequeño avance que por simple que parezca, son sus grandes logros.

Hace 6 años que salió de mi útero para enseñarme que traer un hijo al mundo no es para satisfacer el ego de sus padres, ni para heredar sus genes, sus apellidos o su profesión. Que los hijos no deberían ser el proyecto de otros porque son individuos, con sus defectos y virtudes, lo que los hace únicos. Que Octavio tiene su particular historia de vida en la que solamente somos sus acompañantes y guías para que pueda caminar con menos barreras por este mundo.

Estos primeros 6 años de su pequeña vida han sido los más importantes, inesperados y reveladores de la mía propia. Veo cada día como una nueva oportunidad para enmendar los errores cometidos, para seguir aprendiendo y para ayudarlo lo mejor posible.

Tu cumpleaños, Octavio, también es una oportunidad para renovar las ganas de ser y hacernos felices con lo que somos y tenemos.

Nuestro amor infinito para ti, mi corazón, nunca lo dudes.




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