sábado, 27 de mayo de 2017

Ladrones de recuerdos

Hace unas semanas los ladrones se metieron a nuestro coche mientras Octavio y yo estábamos en el parque. Se robaron el autoestéreo, los discos compactos, la batería y mis credenciales. Nos quedamos varados y asustados. Tuvimos que esperar a que viniera la grúa para llevarnos junto con el coche, porque de quedarse ahí, seguro amanecería totalmente desvalijado.

Días después compramos una nueva batería para que el coche pudiera andar otra vez y llevarnos a todos los lugares que necesitamos ir. Seguimos recorriendo grandes distancias pero ahora vamos en silencio. Comprar otro autoestereo no es imprescindible porque hay otros gastos mucho más importantes, así que eso tendrá que esperar.

La música para mí va ligada siempre a recuerdos de momentos maravillosos o melancólicos. Momentos de mi niñez o de mi juventud que se me disparan de inmediato con cierta música o canciones. Como cuando en los viajes a Pachuca, por la carretera escuchábamos Clandestino de Manu Chao. O la voz de Regina Spektor que me acompañó viajando en el metro de Nueva York. O en el tren que nos llevó a Paris, escuchando el soundtrack de Àmelie. O cuando estuvimos en la Barceloneta y escuché Mediterráneo de Serrat. O cantar feliz What a wonderful world la primera vez que estuve embarazada.  O el concierto Emperador de Beethoven que sin equivocación me recuerda los fines de semana de mi niñez. O Los Beatles que me recuerdan la hora de la comida en la casa materna cuando todos vivíamos en ella. O los Hombres G que me recuerdan la época en que disfruté de tener una hermana en mi prima Edna que vivió con nosotros mientras estudió la Normal. O las Memorias Sonoras que me hicieron sentir acompañada por Dante, recien fallecido en ese entonces, en nuestro viaje a Bogotá... Y así, mucha música, muchas canciones son mis fotografías auditivas del pasado.

Si algo me hacía evadirme del estrés que implica manejar en nuestra caótica ciudad era escuchar mis discos. Los ladrones se llevaron mis recuerdos y seguramente ahora andarán rondando por algún bazar de cosas usadas, o en el piso del tianguis o en la basura, porque para nadie valen lo que para mí.

Así que, ladrón, nunca sabrás que el cd de Dralión de Cirque du Soleil, que te robaste en realidad era el recuerdo de una hermosa visita a la ciudad de México con mis amigos Chris y Vero, donde los tres íbamos con penas de amor y nos acompañamos en los museos y en la carpa Santa Fé; El disco Conversa de Eraclio Zepeda, autografiado para Dante, un recuerdo invaluable que además, era el favorito de Octavio en los últimos tiempos. Sri, encantador de serpientes, La niña sapa, Caballo viejo, El monje extraño: los cuentos que mi pequeño se aprendió de memoria y que nos trasladaban a Chiapas o a La India junto con la narración de Eraclio; Bossa Nova Years, que compré en Gandhi en el mismo viaje que conocí por primera vez -hace más de veinte años- a la familia de Israel en Pachuca, cuando desde el techo de su casa se alcanzaba a ver la gran fumarola del Popocatépetl, que desde entonces, sólo amenaza con hacer erupción y que Israel dibujó en su libreta; El disco de los Jugosos Dividendos que compré en su gran concierto en el Teatro del Estado, que fue una noche antes de salir a nuestro primer viaje a Europa. Al final del concierto corrí al departamento en el que viví de soltera el año de nuestra separación, para terminar de hacer mi mochila porque al día siguiente volaríamos a Roma, donde Israel y yo nos reconciliamos -con la Columna de Trajano como testigo- prometiendo amarnos por mucho tiempo. El cd X&Y de Coldplay, que me regaló mi hermano mayor y su familia en mi cumple 32 y que diez años después, el año pasado, volví a escuchar gracias a las redes sociales que mostraron un niño con autismo que se emocionó hasta al llanto al escuchar la canción Fix You en vivo; La recopilación de canciones infantiles que venía de regalo en la Revista Preescolar y que traía La cumbia del monstruo que nos hacían bailar y cantar a Octavio y a mí en nuestros traslados por la ciudad...

En tiempos de Spotify y Youtube todo puede recuperarse en forma digital, pero en forma fìsica, creo que es imposible porque mis discos compactos en realidad ya eran únicos, con un valor sentimental del que sólo yo puedo saber. Eran mis amados recuerdos, vivencias, mi pasado...

Dime, ladrón, ¿tú para qué los querías? No te hiciste rico si los intentaste vender en los mercados de robado, porque en realidad no valen en dinero. Quizá los tiraste de inmediato o quizá tuviste la curiosidad de saber lo que escuchaban los pasajeros del viejo coche blanco y polvoso, que tuvo el mal tino de quedarse estacionado en esa calle empedrada, cuando tuviste todo el tiempo para abrirlo y robarlo, mientras nos pasábamos una divertida tarde de festejo, ese Día del Niño en el parque.

























Y acá, una playlist llena de más recuerdos: El soundtrack de mi vida

2 comentarios:

  1. ... Uy, hermana! Qué linda forma de convertir el trago amargo -que no me resulta nada desconocido- de ser desvalijado de objetos preciosos... Me fascinan tus textos! Besos...

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  2. Qué pena prima que sigan ocurriendo esas cosas. Pero que gratificante leerte y conocer parte de la historia de tú vida, a través de estos sucesos imprevistos. Sin duda alguna, muchas cosas hermosas... Te envío un cariñoso abrazo!

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