Cuando era muy chiquitito, cuando aún cabía dentro de mi mamá, escuché sus voces amorosas.
Abuelita Isabel ponía su trompetita en la panza de mamá, pegaba su oreja y con reloj en mano, contaba los latidos de mi corazón. Luego sus manos calientitas me buscaban, encontrando y enseñándole a ella dónde estaba mi cabeza, mis hombros y mis nalguitas. Yo respondía con saltitos. Mamá y yo siempre nos quedábamos tranquilos y seguros de que abuelita, con todo su conocimiento de enfermera, partera y con todo su amor, nos cuidaba y vigilaba de que estuviéramos bien, mejor que nadie.
Abuelita Rafaela nos llamaba desde Pachuca para cuidarnos a distancia desde que aún vivía como pececito nadando en mamita. Cuando se acercaba el tiempo de que naciera, invitó a muchas amigas y familia a una gran fiesta en honor a la futura mamá y mío. Así que viajamos a su casa y nos agasajaron, nos divertimos mucho y recibimos muchos regalos para mí, para mi bienvenida.
Un día abuelita Isabel observó que la presión de mamá estaba alterada y que eso era peligroso para ella y para mí, así que nos llevó a la clínica donde nos hospitalizaron para cuidarnos para que yo pudiera nacer bien. Pobrecita abuelita, tuvo que esperar afuera del hospital, con el frío de noviembre, horas y horas, solita, sin saber nada de nuestra salud. Después llegaron a acompañarla sus hermanas, siempre las mujeres solidarias, mis tías abuelas, que también me quieren mucho y que velaron por nosotros esa noche, para ayudarle a hacerle menos pesada la espera de noticias nuestras.
Esa noche nací. Y no sabía que me encontraría rodeado de amor, de mi mamá, sin duda, pero de esas dos mujeres que tanto hicieron y hacen por nosotros desde entonces.
Abuelita Rafaela viajó todo ese día para venir a vernos. Venía cansada, muy preocupada y sin comer un bocado, pero no le importó dejar su casa para estar con nosotros en ese crítico momento. Los grandes actos de amor y sacrificio de las mamás las hacen hacer todo, dejar todo, sin dormir, sin comer, ocupando su mente y corazón pensando en sus hijos…
A las dos las conocí ese día. Abuelita Isabel llegó a buscarnos a la sala donde nos llevaron a descansar después de esa noche tan larga. Ella me llevó mi primera ropa, me vistió, me limpió, le ayudó a mi mamá a cargarme, a darme leche. Abuelita Rafaela llegó por la noche y se quedó con nosotros, cargándome, ayudando a mamá a moverse, a comer, cuidándonos a los dos muy amorosamente.
Mi primera semana de vida estuvieron día y noche con nosotros. Mamita estaba enferma, cansada, asustada y deprimida. Sin mis abuelitas, nos hubiera sido muy difícil salir adelante. Pero ellas fueron nuestro gran apoyo. Nos consintieron, nos alimentaron, nos abrigaron con todo su cariño. Lloramos mucho cuando ella regresó a su casa, pero nos dejó encaminados ya, para vivir nuestra vida, los tres solitos.
Ahora ya cumplí 6 meses. Mis abuelos de Pachuca, me hicieron otra fiesta. De nuevo viajamos para allá y ahora sé que cada vez me quieren más. Se deshacen en atenciones conmigo y mis papás, y siguen dándome muchos regalos, pero sobre todo, me llenan de amor. Cuando regresamos a nuestra casa, la abuelita Rafaela se quedó muy triste derramando lágrimas porque estamos lejos de ella. Un poco de consuelo le queda de saber que acá, muy cerca nuestro, está otro ángel, la abuelita Isabel, cuidándonos siempre.
Yo no tengo otro modo de decirles que las amo más que con mi sonrisa y con estas palabras que escribe mamá, con las que externamos un poquitito de lo que sentimos por ellas dos, las mamás de mis papitos, mis dos abuelitas, a quienes quiero regalarles todo mi amor, en esta fecha que los adultos celebran como Día de las Madres pero que yo no la entiendo, puesto que, cada día, cada minuto, con todo mi corazón y mis poros, las celebro.
Celebro que estén aquí, que sean mías, que estén rodeándome con sus brazos amorosos.
Las quiero siempre conmigo…
Octavio
Hermosas palabras, Yarim. Feliz día de la madre también para ti... porque todos los días a su lado son nuestros. ;)
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