Entonces no éramos papás y ni siquiera teníamos las intenciones de serlo. Pero tuvimos un acercamiento a lo que es procurar, cuidar, acompañar, proteger y abrirle paso a una nueva vida.
Ese fin de semana en una playa de la costa veracruzana, conocimos la invaluable labor de una familia ecologista, preocupada por la conservación de las tortugas. Sin recursos económicos y muy poco apoyo de los presupuestos gubernamentales, esa señora y sus dos hijos, tomaron la batuta y desde hace varios años son guardianes de las tortugas que llegan a desovar en la playa, cuidándolas de los cazadores, censándolas, recogiendo los huevos de los nidos para evitar que los depredadores, animales y humanos, se los lleven. Y por supuesto liberando a las pequeñas crías en el momento de la eclosión. Hacen una gran labor didáctica, con los niños sobre todo, para que aprendan a valorar a esa hermosa especie marina, que está, aún con todas las acciones para que no sea así, en peligro de extinción.
Su labor llega hasta el momento de la liberación, donde no se puede hacer nada más que soltar a las tortuguitas recién nacidas en la arena de la playa y dejarlas solas, para que emprendan su camino hacia el mar. No se puede intervenir llevándolas directamente, ya que es la única manera de que ellas aprendan a que a esa misma playa, por ese mismo camino, deberán regresar a desovar cuando sean adultas. Es un camino muy duro porque al llegar al mar tendrán que enfrentarse a las gaviotas y cangrejos que se las cazan y a otros depredadores más, aparte de las redes de los pescadores. De todas las tortuguitas liberadas sobreviven muy pocas y si lo logran, éllas serán las encargadas de perpetuar la existencia de su especie.
Esperamos que pronto podamos volver al campamento, ahora, vestidos con traje de papás de nuestra propia cría, para enseñarle el valor de la vida de esos animalitos, que son el símbolo de la vida en sí, a la que debemos amar, respetar y ayudar a conservar, por siempre...
¡Qué bonito! Y qué duro no poder hacer más.
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