jueves, 3 de marzo de 2011

Cacería

Cuando era niña, Dante, mi papá nos regaló una colección de la revista National Geographic. En una de ellas venía un reportaje sobre la matanza de cachorros de foca. Recuerdo la secuencia de fotografías donde las madres trataban de defender a sus bebés, pero impotentes, no lograban salvarlas de los salvajes cazadores. Luego una masa roja en la nieve denotaba el acto consumado. Yo tendría unos 7 años y no podía explicarme que existiera gente tan mala, capaz de matar a una foquita inocente para arrancarle la piel.  

Años después, cuando conocí este cartel me pareció contundente el mensaje.


Así sería, si fuera al revés, si las crías humanas fueran matadas a disparos o apaleadas para luego ser desolladas. Ahora que soy mamá siento aún más dolor al pensar en esas pobres madres focas viendo y sin poder hacer nada para evitar que les arrebaten a sus crías para asesinarlas ante sus ojos.

Este marzo, como cada año, Canadá comenzará la matanza de focas lo que significará la masacre del 80% de las crías nacidas este año. Y hasta cuándo? No quisiera que en un futuro a Octavio le toque saber que alguna vez existieron esos animales y que sólo se puedan ver disecados en los museos de historia natural porque desaparecerán un día del planeta por culpa de los hombres.

Aunque nunca en la vida vea a un animal como las focas, las ballenas y los miles que están en riesgo de extinción, me duele saber que dejarán de exitir.

No recuerdo mi vida sin amar a los animales, sigo sin entender la crueldad humana hacia ellos, por eso me parecen indignantes las corridas de toros, las peleas de gallos, las "tradiciones" como las de La Candelaria en Tlacotalpan o las pamplonadas.

Estando embarazada, fuimos al mercado de Huasca, pueblo mágico de Hidalgo, y por ahí un grupo de niños y muchachos estaban jugando. Junto a ellos había un perrito callejero, tranquilo, acompáñandolos. De pronto llegó otro chavo corriendo y como si fuera un balón llegó a patear al perro. Yo, indignada fui y lo encaré, reclamándole porqué había hecho eso. No esperaban que alguien le dijera algo por ese acto. Así que se hizo el silencio entre ellos. El estúpido muchachito me dijo: porque me cae mal. No recuerdo que le contesté, pero sí recuerdo que le dije que eso no era un motivo para hacer eso. Después se rieron a carcajadas todo el grupo de chamacos como si toda esa acción hubiera sido un chiste. Yo me puse a llorar desconsolada de la rabia y la impotencia. Cuando le conté a Israel, que se había adelantado y no había visto lo sucedido sólo me abrazó pero no podíamos hacer nada, no podíamos hacerles cambiar de mentalidad a esos jóvenes insensibles.

Lo que nos queda por hacer, como padres, es orientar a Octavio para que crezca amando y respetando la vida, la vida animal, en este caso, porque existe una conexión entre todos los seres que habitamos este, nuestro planeta. 

2 comentarios:

  1. Si, que feo todo, y que horror lode Tlacotalpan, no lo sabía.

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  2. Estoy totalmente de acuerdo contigo. La vida, sea la vida que sea, es invaluable.
    Amo a la naturaleza y amo a los animales. Espero que Irene los ame igual.
    Un abrazo,
    A.

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