Mucho tiempo me la paso pensando, leyendo, analizando, entrenándome, aprendiendo cómo ayudar a Octavio. Tengo una batalla entre mi intelecto y mis emociones, mismas que voy poniendo casi siempre en segundo plano.
El perro de arriba y
el perro de abajo en constante pelea. Y enmedio, Octavio y yo en una relación amorosísima, sin ninguna duda, pero muchas veces complicada, ríspida, bruta, grecorromana. Porque yo, ante las características propias de su condición, exijo, añoro, lo obligo a ser otro niño que no es. Y me frustro y lo frustro. Y soy, entonces, quien le impide avanzar cuando, como su guía principal, debería ser su puente para que pueda atravesar sus dificultades. El meollo del asunto sigue siendo, seguramente, que mi proceso de aceptación no está terminado.
¿Y cómo encuentro el equilibrio? ¿Cómo reconcilio a los
perros? ¿Hasta cuándo sentiré plenitud ante la condición de Octavio?
Como me dijo nuestro terapeuta, parezco como un globo (no sólo por mi forma ;) que estira, estira, estira... y que está a punto de reventar pero aguanta más y más... hasta que revienta. Necesito, entonces canalizar mis emociones. Hablar y ser escuchada por un profesional me ayuda muchísimo, y gracias a eso es que puedo desenmarañar lo que siento y puedo escribirlo, mi otra forma de hacer catarsis. Y a veces, tengo que pasar por varios procesos hasta que
me caen los veintes y puedo ver las cosas claramente.
Por ejemplo, estas vacaciones estaba particularmente empeñada en aprovechar y llevar a Octavio a todos los eventos culturales y artísticos para niños que había en la ciudad, festivales de música, la feria del libro, etc. Lo estaba, porque he querido repetir un patrón que funcionó conmigo cuando era niña. Mis padres me acercaron al arte y la cultura de forma muy natural, siempre me llevaron a festivales de títeres, conciertos de música clásica, cine, funciones de danza y teatro. Nos fomentaron el amor por la lectura. Asistí a los museos y las exposiciones. Yo consumí y disfruté todas esas manifestaciones desde muy pequeña y creo que me dotaron de una visión de la vida, con sensibilidad y respeto. Estoy convencida de los beneficios de exponer a los niños desde muy temprana edad al arte, lo que les ayuda a entender emociones, sensaciones, a resolver de distintas maneras situaciones y a comprender el mundo, crecer con libertad y apertura de pensamiento. El arte convierte a los niños en mejores seres humanos.
Pero...
Yo lo he estado haciendo, contrariamente a esa manera natural en que lo hicieron mis padres conmigo, de una forma muy sintética, obligada, impositiva. Marcando así, quizá un rechazo de Octavio por estar ahí. ¿Por qué no ha funcionado? Porque Octavio es diferente.
Una y otra vez nos pasaban situaciones estresantes, nunca disfrutables, ni para él ni para mí. Y creo que ni para la gente alrededor nuestro en esos momentos. Comportamientos desafiantes y lo más disruptivos posibles: treparse a un piano histórico, correr por un salón antiguo, subirse al escenario, meterse donde está el cableado de micrófonos y luces, gritar y gritar más aún más fuerte ante mis intentos por calmarlo. Huídas estrepitosas y el deseo de nunca más regresar. Entonces, a costa de vivir estos momentos tan incómodos, me
cayó el veinte, por fín, de que, no es que nunca vaya a disfrutar de estos eventos, pero por ahora no es el momento.
Y no lo es, porque para que pueda hacerlo, antes tiene que tener resueltas otras necesidades básicas. Que esos comportamientos están comunicando cosas, quizá sus deficiencias sensoriales, que le impiden estar en lugares demasiado abiertos, o demasiado cerrados, o con demasiada gente, o con demasiado ruido o con demasiado silencio. Que además, no puedo relajar el tema de la anticipación para que él tenga muy claro lo que sucederá y el comportamiendo esperado. Al contrario, necesitamos mucha y mucha más estructura para que se comporte adecuadamente y para que pueda integrarse a la sociedad en sus distintas aspectos. Esa es la realidad: lamentablemente el mundo no será el que se adapte a él, tendrá que ser necesariamente al revés. Octavio es quien debe adquirir las herramientas para adaptarse a la sociedad lo más funcionalmente posible. En eso es donde yo debo centrarme. Y en seguir trabajando para enseñarle a la sociedad sobre lo que es el autismo.
Por otro lado, en esa pesquisa por entender a Octavio, es que me di cuenta (¡por fin!), que hay cosas que verdaderamente le gustan o estimulan. Cosas de niño, sin etiquetas; jugar con agua, trepar, correr, el brincolín del parque, lo más físico, lo que le aporta más sensorialmente. Esto es una clave, y es por donde podemos entrar con él para reestablecer nuestra relación muchas veces rota, por la presencia del autismo.
Aún no tengo las respuestas de equilibrio, reconciliación y plenitud emocional, pero una actitud diferente puede ayudar. Dejar de luchar contra los demás y principalmente contra mí misma. Si no puedo evitar compararlo, esforzarme para compararlo sólo consigo mismo. Tengo que seguir rompiendo los esquemas formados por años, reestructurar mis ideas preconcebidas de crianza y maternidad, deshacerme del cánon de niño soñado y plantarme en la realidad, con acciones concretas para ayudarlo a avanzar. Sólo nos tenemos a nosotros mismos y quiero que esta relación madre- hijo sea placentera, pese a las complicaciones que encontremos en el camino.
Aparecemos en
Revista Ser Tribu Septiembre 2015